Levei o dia a
querer encetar a leitura de um livro de ensaios de Kundera, Le Rideau, de 2005, e acabo enredado no
último livro de Ernesto Sábato, Espanha nos diários de minha velhice, de 2004, pequeno
livro diarístico onde, leio, se «recoge la experiencia de Ernesto Sabato
durante los numerosos viajes que ha realizado a nuestro país. Es un libro
repleto de recuerdos, reflexiones y anécdotas, un homenaje a España». Desiderato
que cumpre, com a qualidade e a lucidez habituais ao autor de
Heróis e Tumbas, mas o que me emocionou deveras foi o relato da visita
de Sabato a Lanzarote, para visitar Saramago. É um relato comovente, de
vulnerabilidade e grandeza vivida por dois homens que foram amigos e merecedores do
mútuo respeito comum. Aqui deixo esse excerto, em castelhano, porque não tive
tempo de traduzir mas também porque quem quiser mesmo o lerá com toda a
facilidade:
«Lanzarote, en casa
de los Saramago
En una isla desierta no habitada por la naturaleza,
fosilizada por la lava seca negra rojiza, que siempre nos recuerda que estamos
ahí hasta tanto ella lo quiera, viven mis amigos.Llegamos el viernes al
atardecer.
Su casa es
blanca y hermosa,
está arreglada cuidadosamente con
muebles cálidos y objectos
raros que han traído de viajes, o que les han regalado. Tienen muy buenos
cuadros. Por fuera una galería da al mar; pero ellos van poco, tienen demasiado
trabajo, están permanentemente luchando por sus convicciones.
En este sentido puede decirse que son verdaderos
creyentes, de esos que van dejando la vida por lo que creen.
No es necesario preguntar si el blanco de las casas
les recuerda a la ciudad blanca, hermosa, Lisboa. Tiene también de la Sevilla
natal de Pilar hasta sus macetas con malvones.
José
trabaja muchas horas
por día en
su escritorio. Acaba de terminar un
libro. Y los dos intervienen constantemente en todos los
combates posibles por una vida más justa y más humana.
Hace un rato no más, Pilar me trajo una declaración
escrita por José para que yo la firme junto a él, en defensa de los indios
mexicanos.
Por supuesto que lo hice. Siempre he luchado por
esas antiguas culturas que tanto tendrían para enseñar a este mundo mecánico y
deshumanizado.
Comimos juntos en la cocina, en una intimidad honda
y sin palabras.
Al día siguiente
Desde que llegué casi no he podido hablar. Me había
prometido no morir sin antes visitar sucasa. Tantas veces él se llegó a la mía,
a mi vieja casa de los Santos Lugares, que no quería fallar.
Vine entusiasmado.
Quería rendirle ese homenaje que tantas veces él me
hizo a mí.
Sin embargo la cercanía me llegó tan profundamente
que no pude hablar. Creo que veo en él reflejada toda la energía, y la capacidad
que yo he perdido. Como si de golpe me sintiera mucho más viejo.
Con Pilar es más fácil, siempre es así con las
mujeres.
Pilar es una mujer excepcional que vive sin
descanso, entregada a los demás. Sin ni siquiera
aparecer, algo muy de mujer, de extraordinaria
mujer.
Sobre ella, José nos mostró algo que había escrito:
“Eu escrevo, Pilar escreve, traduz, fala na radio,
cuida do marido, cuida da casa, cuida dos caes, faz as compras, faz a comida,
trata da roupa, despacha a correspondencia, dialoga com omundo, organiza o
emprego do tempo, acolhe os amigos que vëm a vernos, e escreve, e traduz, e fala
na radio, e cuida do marido, e da casa, e dos caes, e sai para fazer as
compras, e volta para fazer a comida,
e escreve, e
traduz, e fala
na radio, e
trata da roupa,
e acolhe os
amigos, e continua, incansável,
a dialogar com o mundo,
e diz Estou
cansada, e logo
diz Näo tem importancia. Eu escrevo.”
También vimos que en su casa los relojes están
detenidos a las cuatro de la tarde, la hora en que se conocieron. Se lo contó
José a Elvirita, según ese modo que tiene de ser silencioso pero muy arriesgado.
Atardece
La
primera tarde José
nos llevó hasta
los volcanes y
luego al mar,
al borde mismo
de un tremendo acantilado.
José nos cuenta que la lava volcánica cubrió las dos
terceras partes de la isla, y rellenó no séqué gran cantidad del mar. Todavía
hay volcanes en ebullición.
No me hizo
gracia, le dije
a José que
volviéramos, que no me es
un placer este
tipo de programas, y más bien me
aterran.
José y Elvirita se rieron. Pero ella fue luego a
verlos con Nicolás. Una locura.
Me estremece la naturaleza negra y cenicienta de ese
lado de la isla. Es un paisaje apocalíptico.
Como podría quedar la tierra toda si sigue
prosperando la estupidez y el egoísmo criminal de los que tienen el poder de
decidir el destino de los demás.
Las
tragedias humanas y
ecológicas se suceden
sin que nada
convierta la conciencia
de la mayoría de los gobernantes
y grupos o mafias con poder. No les importa que sus descendientes vayan a sobrevivir,
si pueden, en un planeta
frío, inhóspito, sin
árboles. Ellos siempre
creen estar en problemas mayores que invariablemente
tienen que ver con el dinero que todavía pueden ganar o apropiarse.
Domingo, otro día
de sol.
Me es imposible hablar con José. Se me cierra la
garganta. Un pudor que me calla.
Me había prometido no morirme sin ir a visitar a
José a su casa y ahora me siento frente a él sin poder decir palabra. Pilar
cocina con placer y muy rico. Se nota cómo se quieren, algo se palpa entre los
dos, como si compartieran un secreto que tal vez ni ellos mismos sepan.
Me da vergüenza, permanentemente estoy diciendo que
no comeré esto o aquello, o no recuerdo bien lo que quiero decir y me callo.
¡Ya tengo tantos años!
Antes cualquier falta de memoria me amargaba y me
rebelaba, me parecía que sin memoria uno dejaba de ser quien era.
Pero en este tiempo final comprendo que todo lo que
atesoramos como conocimientos, como recuerdos, nos abandona; que nada podemos
hacer por retenerlos. Se desprenden y va quedando el paso del tiempo pero no
los hechos pasados.
La vejez no es el tiempo de la memoria, sino de la
constatación del olvido, de la fínitud, lo queya no vuelve, lo que ya fue. De
lo que fue y ya no vuelve.
También la memoria va viviendo esa muerte.
El olvido es esa conciencia de haber perdido buena
parte de lo que creímos lo más propio.
Esta mañana, hablando con Nicolás, le pregunté si
hace quince años me olvidaba de las cosas como ahora. No sé, me dice y agrega,
se me ha olvidado. Nos reímos juntos.
Cree que me olvido más bien de las cosas y los
detalles, no de los sentimientos, nunca de las cicatrices de la vida.
Sí, es así, le digo.
Lo miro, el silencio y la sonrisa de este muchacho
me llamaron siempre la atención.
Seguimos conversando, me alivia hablar de esto que
tanto me ha dolido.
Y al rato llegamos a pensar que el olvido da otra
oportunidad.
Mientras se es joven uno cree que controla la vida,
que ella responde a nuestra voluntad, pero cuando uno llega a la vejez, sabe
que no es así. Los viejos aprendemos
a desprendernos, a
no seguir acumulando
en la memoria,
atesorando como una posesión
incomparable e irreductible.
Recordar es como tener,
y cuando uno se
va haciendo tan viejo, va perdiendo,
caen los recuerdos como las hojas de un árbol.
Mientras recordamos tenemos ese timón, pero el
olvido nos deja a merced de las aguas, de losvientos, de la vida. Todos en la
vejez terminamos siendo pobres.
De otra manera, ahora en la vejez se siente más, se
agradece más, mucho más. Como la gratitud a José.
Más tarde
La otra mañana me paré frente a una de las muchas
bibliotecas que hay en la casa. Tomé com emoción el Ricardo Reis, ese magnífico
libro. También estaba allí Ensayo sobre la ceguera, libro de violenta lucidez.
Se levantaron trabajosamente, vacilando, con vértigo,
agarrándose unos a otros, luego se pusieron en fila, primero los ojos que ven,
luego los que teniendo ojos no ven.
Su literatura es estremecedora. Sus personajes se
nos aferran al alma, como el alfarero de La caverna. Un hombre moldea sus
piezas de alfarero a la vez que encuentra en ellas la marca de la tierra, el
valor, su dignidad.
Lunes
Conocimos un matrimonio del que seremos amigos, si
la vida lo permite. Fabio y Adine son gente formidable. Él es colombiano y ella italiana,
viven en Milano.
Con ellos, Pilar y José nos llevaron a ver la casa
de César Manrique.
La casa es de una belleza tremenda. Está construida
dentro de la tierra volcánica; se diría que está sumergida
en ella, encajada
dentro de las
piedras. Yo no
podría vivir allí, es demasiado inquietante, estremecedora, pero
bellísima.
Las plantas, mayormente cactus y palmeras, te
rodean, tanto dentro como fuera de la casa. En el baño, al borde mismo de la
bañadera crecen filodendros y otras plantas desconocidas para mí, que impresionan,
como la burbuja volcánica dentro de la casa o la arena que cae hacia el
interior desde una ventana.
Después
fuimos a comer
al borde del
mar. Estábamos Pilar
y José, Adine
y Fabio con su
pequeña, Nicolás, Elvirita y yo.
Quizá por lo que había estado pensando o
descubriendo, se me fue toda tristeza y la comida resultó serena, entre viejos
amigos que no necesitan hablar. Momento de entrañable paz.
Martes
En un lugar sobrecogedor aunque hermoso, Timanfaya,
José nos contó historias de la isla, nos habló de la cercanía con África, de
las pateras, de la falta de agua y de cómo habían venido a vivir ellos a
Lanzarote.
Por las tardes, Pilar venía a conversarme. Yo sentía
su bondad como el abrazo que diéramos a un herido. Veía nítidamente en José a
quien yo había sido y no era. Pero ahora ya no me dolía la vejez. Era tanto lo
que sentía que no podía prestar atención a lo que se hablaba.
El
último día José
vino hasta el
auto, me abrazó
y nos despedimos.
Quedó con su mano levantada hasta que el coche
desapareció. A mí se me caían las lágrimas.
Algo de la vela, escrito por José:
(...) una vez más ante el archiconocido fenómeno de
la vela que al extinguirse levanta unaluz
más alta e
insoportablemente brillante, insoportable
por ser la
última no porque
la rechacen nuestros ojos, que bien querrían seguir absortos en ella.
Hace ya tiempo que nos tratamos de hermanos.
Emocionante
despedida de Fabio
y Pilar en
el aeropuerto. Daban
ganas de volver
al día siguiente, sólo para
decirles que no había sido la última vez.»
E fizeste muito bem em o deixar em castelhano. Tem mais força. Bonito e comovente.
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